viernes, 7 de agosto de 2015

Atardeceres. I,   II

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El horizonte fulge con su abrazo
hacia la noche do harto lo reciben,
así como el sol corre hacia el ocaso
donde fucsias colores lo perciben.


Con la vista sonríe alborozado
el sol feliz que todo lo vislumbra,
melodía tranquila en lo creado
con sus fuegos de luces  que relumbra.


El calor aterido y soleado
vehemente comienza a disiparse
y dar aire gentil y nacarado
y que venga el fragor  a apaciguarse.


Mas si el día cenizo está nublado
las nubes tapan tiara más dorada,
presagia lluvia el cielo enamorado
que limpiar quiere toda la alborada.


Si viene la tormenta tan voraz
donde la tierra gime por los vientos,
do el atardecer raudo y tan fugaz
perdióse en el correr de los lamentos.


Hasta que bien llegado el nuevo día
los vientos de la cólera se calman
y los cielos obsequian lozanía
en la tan armoniosa unión que empalman.


  II

Así pasa con nuestras cortas vidas
con las cosas que corren con los años,
do tenemos ahí  la fe perdida
vienen dicha y amor con sus rebaños.


Pues el tiempo bien trae la esperanza
 para que surjan   obras más que  buenas,
que construyan vergeles sin tardanza
do felicidad tienda sus faenas.


Mas hay que aprovechar bien cada brillo
en cada atardecer de cada día,
para ver en las obras el ladrillo
que trae  luz, vergel y algarabía.


Y no esperar al vínculo del tiempo
a que alise el clamor de la tormenta
y el atardecer venga sin destiempo
para resolver todo lo que encuentra.

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S. Gerardo Becerra G.
Domingo, 06 de abril de 2014.

Composición Registrada.
Derechos de Autor.





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