El más hermoso brillo matutino. I, I
I
Hay que bello amanecer
invade nuestras almas
portando la alegría del canto de la vida,
se eleva lentamente más allá de las montañas
para ir en brazos del
sol volando en lontananza.
Las aves en el jolgorio de sus nidos se levantan
para en feliz cortejo el alimento ir a buscar
pues las impele el crecer de sus hijos,
al abrigo del amor en el pecho maternal.
Es su llanto el que ahuyenta los luceros
para que el día entre de la mano de la aurora
tras el áureo sol que cantará sonoro:
¡arriba las aves, hay que trabajar!
Se siente el aire susurrar.
Una bandada de pájaros al alejarse,
con sus alas abiertas
hacia el cielo
parten a fundirse en
él al remontar el horizonte.
Y así…
Cada mañana una plegaria en su cáliz se deshoja,
germinan de su
vientre las ingentes alegrías
del sentirse vivo, plegado al abrazo de la tierra
y con el sol como guía comienza el despuntar.
II
Y en otras partes…
la risa de los niños en pos de la aventura
lentamente se inserta
en el ambiente,
en secuencia van perdiendo el calor del lecho
para con inmensa alegría jugar y retozar.
Cual estrellas fugases todo lo inspeccionan
dejando sus huellas por doquier,
sus manos pululantes todo lo bendicen
cual fulgentes Pegasos de este bello amanecer.
Como se oyen los arpegios de la vida,
los ruidos del fragor van en aumento
cada quien los produce e interpreta a su ritmo
y mirando al cielo comienzan su labor.
Aclara para todos por igual
en una corriente de frescura y armonía
que la tierra con dulce mano
obsequia a cada cual.
Sutilmente la luz invade las estancias
para entonar las voces del eterno despertar,
himnos de esperanza que a lo lejos se levantan
por todo el universo del orbe celestial.
Gerardo B.
Gamboa.
Mayo
2003.
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